viernes, 1 de julio de 2011

CURESE USTED MISMO por E. Bach CAPITULO IV

Así pues, vemos que en la enfermedad no hay nada de tipo accidental, ni en su tipo ni en la parte de cuerpo a que afecte; como todo lo demás resultado de la energía, obedece a la ley de causa y efecto. Algunas enfermedades pueden ser causadas por medios físicos directos, como los asociados con ciertos venenos, accidentes y heridas, y grandes excesos; pero la enfermedad en general se debe a algún error básico en nuestra constitución, como en los ejemplos que dábamos antes.

Y así, para lograr una curación completa, no sólo habrá que utilizar medios físicos, eligiendo siempre los mejores métodos que se conozcan en el arte de la curación, sino que tendremos que actuar nosotros mismos dedicando toda nuestra capacidad para suprimir cualquier defecto en nuestra naturaleza; porque la curación final y definitiva vienen en última instancia de dentro, del Alma en sí, que con su benevolencia irradia armonía a través de la personalidad, en cuanto se le deja hacerlo.

Dado que hay una raíz principal en toda enfermedad, a saber el egoísmo, así también hay un método seguro y principal para aliviar cualquier padecimiento: la conversión del egoísmo en dedicación a los demás. Con sólo que desarrollemos suficientemente la cualidad de olvidarnos de nosotros mismos en el amor y cuidado de quienes nos rodean, disfrutando de la gloriosa aventura de adquirir conocimiento y ayudar a los demás, nuestros males y dolencias personales terminarán rápidamente. Esa es la gran meta final: la pérdida de nuestros propios interesese en el servicio de la humanidad. No importa en qué situación de la vida nos haya colocado la Divinidad. Ya tengamos un negocio o una profesión, seamos ricos o pobres, monarcas o mendigos, a todos nos es posible llevar a cabo la tarea en nuestras respectivas vocaciones y llegar a ser auténticas bendiciones para quienes nos rodean, comunicándoles el Divino Amor Fraterno.

Pero la inmensa mayoría de nosotros tenemos mucho camino que recorrer antes de alcanzar ese estado de perfección, aunque sorprende lo rápidamente que puede avanzar un individuo por ese camino si se esfuerza seriamente y si no se confía simplemente en su pobre personalidad, sino que tiene fe implícita; con el ejemplo y las enseñanzas de los grandes maestros del mundo, es capaz de unirse con su propia Alma, con la Divinidad que lleva dentro, y todas las cosas son posibles. En casi todos nosotros hay uno o más defectos adversos que obstaculizan nuestro avance, y es ese defecto, o defectos, lo que tenemos que afanarnos por descubrir en nosotros, y mientras tratamos de desarrollar y extender el lado amoroso de nuestra naturaleza hacia el mundo, debemos esforzarnos al mismo tiempo para borrar ese defecto particular llenando nuestra naturaleza con la virtud opuesta. Al principio acaso nos resulte difícil, pero sólo al principio, porque es sorprendente lo rápidamente que crece una virtud auténticamente buscada, unido al conocimiento de que con la ayuda de la Divinidad que llevamos dentro, a poco que perseveremos, el fracaso es imposible.

En el desarrollo del Amor Universal dentro de nosotros mismos, tenemos que aprender a darnos cuenta cada vez más de que todo ser humano es hijo del Creador, aunque en grado inferior, y de que un día, en su momento, alcanzará la perfección como todos esperamos. Por bajo que parezca un hombre o una criatura, debemos recordar que dentro lleva la Chispa Divina, que irá creciendo lenta pero segura hasta que la gloria del Creador irradie de ese ser.



Por otra parte, la cuestión de verdad o error, de bien y mal, es puramente relativa. Lo que está bien en la evolución natural del aborigen, estaría mal en lo más avanzado de nuestra civilización; y lo que para nosotros puede incluso ser una virtud, puede estar fuera de lugar, y por tanto ser malo, en quien ha alcanzado el grado de discípulo. Lo que nosotros llamamos error o mal es en realidad un bien fuera de lugar, y por tanto es algo puramente relativo. Recordemos así mismo que también es relativo nuestro nivel de idealismo; a los animales podemos parecerles auténticos dioses, mientras que nosotros nos encontramos muy por debajo de la gran Hermandad de Santos y Mártires que se entregaron para servirnos de ejemplo. Por ello hemos de tener compasión y caridad con los más bajos, porque si bien nos podemos considerar muy por encima de su nivel, somos en nosotros mismos insignificantes y nos queda aún un largo trecho que recorrer para alcanzar el nivel de nuestros hermanos mayores, cuya luz brilla por el mundo a través de los tiempos.

Si nos asalta el orgullo, tratemos de darnos cuenta de que nuestras personalidades no son nada en sí mismas, incapaces de hacer nada bueno o de hacer un favor aceptable o de oponer resistencia a los poderes de las tinieblas, si no nos asiste esa Luz que nos viene de arriba, la Luz de nuestra Alma; esforcémonos por vislumbrar la omnipotencia, el inconcebible poder de nuestro Creador, que hace un mundo perfecto en una gota de agua y en sistemas y sistemas de universos, y tratemos de darnos cuenta de la relativa humildad nuestra y de nuestra total dependencia de Él. Aprendamos a rendir homenaje y a respetar a nuestros superiores humanos. ¡Cuán infinitamente más deberíamos reconocer nuestra fragilidad con la más completa humildad ante el Gran Arquitecto del Universo!

Si la crueldad o el odio nos cierran la puerta al progreso, recordemos que el Amor es la base de la Creación, que en toda alma viviente hay algo bueno, y que en los mejores de nosotros hay algo malo. Buscando lo bueno de los demás, incluso de quienes primero nos ofendieron, aprenderemos a desarrollar, auque sólo sea, cierta compasión, y la esperanza de que sepan ver mejores caminos; luego veremos que nace en nosotros el deseo de ayudarles a mejorar. La conquista final de todos se hará a través del amor y el cariño, y cuando hayamos desarrollado lo suficiente esas dos cualidades, nada podrá asaltarnos, pues siempre estaremos llenos de compasión y no ofreceremos resistencia; pues, una vez más, por la propia ley de causa y efecto, es la resistencia la que perjudica. Nuestro objeto en la vida es seguir los dictados de nuestro Ser Superior, sin dejarnos desviar por la influencia de otros, y esto sólo puede conseguirse siguiendo suavemente su propio camino, y al mismo tiempo sin interferir con la personalidad de otro o sin causar el menor perjuicio por cualquier método de odio o crueldad. Debemos esforzarnos denodadamente por aprender a amar a los demás, empezando quizá con un individuo o incluso un animal, y dejando que se desarrolle y se extienda ese amor cada vez más, hasta que sus defectos opuestos desaparezcan automáticamente. El amor engendra amor, igual que el odio engendra odio.



La cura del egoísmo se efectúa dirigiendo hacia los demás el cuidado y la atención que dedicamos a nosotros mismos, llenándonos tanto de su bienestar que nos olvidemos de nosotros mismos en nuestro empeño. Como lo expresa una gran orden de hermandad: “Buscar la distracción de nuestra aflicción llevando el alivio y el consuelo a nuestros semejantes en la hora de su aflicción”, y no hay forma más segura de curar el egoísmo y los subsiguientes desórdenes de ese método.

La inestabilidad se puede erradicar con el desarrollo de la autodeterminación, tomando decisiones y actuando con firmeza en lugar de dudar y vacilar. Aunque al principio cometamos errores, siempre es mejor actuar que dejar pasar oportunidades por falta de decisión. La determinación no tardará en desarrollarse; desaparecerá el miedo a echarse de cabeza a la vida, y las experiencias guiarán nuestra mente hacia un mejor juicio.

Para acabar con la ignorancia, no hay que temer a la experiencia, pero con la mente bien despierta y los ojos y oídos bien abiertos para captar cualquier partícula de conocimiento que pueda obtenerse. Al mismo tiempo, debemos mantenernos flexibles de pensamiento, para que las ideas preconcebidas y los prejuicios no nos priven de la oportunidad de obtener un conocimiento más amplio y más fresco. Debemos estar siempre dispuestos a abrir la mente y a rechazar cualquier idea, por firmemente arraigada que esté, si la experiencia nos muestra una verdad mejor.

Al igual que el orgullo, la codicia es un gran obstáculo al progreso, y hay que suprimir ambos defectos sin contemplaciones. Los resultados de la codicia son bastante graves, pues nos lleva a interferir con el desarrollo anímico de nuestros semejantes. Debemos darnos cuenta de que todos los seres están aquí para desarrollar su evolución según los dictados de su alma, y sólo de su alma, y de que ninguno de nosotros tiene que hacer nada que no sea animar a su hermano en ese desarrollo. Debemos ayudarle a esperar, y si está en nuestra mano, aumentar su conocimiento y sus oportunidades en este mundo para lograr progresar. Así como nos gustaría que los demás nos ayudasen a ascender por el empinado y arduo camino de montaña que es la vida, así debemos estar siempre dispuestos a tender una mano y a brindar la experiencia de nuestro mayor conocimiento a un hermano menor o más débil. Así deberá ser la actitud del padre para con su hijo, del maestro para con el hombre, o del compañero para con sus semejantes, dando cuidados, amor y protección en la medida en que se necesiten y sean beneficiosos, sin interferir ni por un momento con la evolución natural de la personalidad que debe dictarle el alma.

Muchos de nosotros en la infancia y primera juventud nos encontramos mucho más cerca de nuestra alma de lo que estamos después con el paso de los años, y tenemos entonces ideas más claras de nuestra labor en la vida, de los esfuerzos que se espera que hagamos y del carácter que hemos de desarrollar. La razón de ello es que el materialismo y las circunstancias de nuestra época, y las personalidades con las que nos juntamos, nos alejan de la voz de nuestro Ser Superior y nos atan firmemente al lugar común con su falta de ideales, lo cual es evidente en esta civilización. Que el padre, el educador y el compañero se afanen siempre por animar el desarrollo del Ser Superior dentro de aquellos sobre los que tienen el maravilloso privilegio y oportunidad de ejercer su influencia, pero que siempre dejen en libertad a los demás, igual que esperan que a ellos les dejen en libertad.



Así, en forma semejante, busquemos los defectos de nuestra constitución y borrémoslos desarrollando la virtud opuesta, suprimiendo así de nuestra naturaleza la causa del conflicto ente el alma y la personalidad, que es la primera causa básica de enfermedad. Esa sola acción, si el paciente tiene fe y fortaleza, dará lugar a un alivio, proporcionando salud y alegría; y en aquellos que no tengan tanta fortaleza, el médico ayudará materialmente a la curación para obtener prácticamente el mismo resultado.

Tenemos que aprender sin engañarnos a desarrollar la individualidad según los dictados de nuestra alma, a no temer a ningún hombre y a ver que nadie interfiere o nos disuade de desarrollar nuestra evolución, de cumplir con nuestra obligación y de devolver la ayuda a nuestros semejantes, recordando que cuanto más avanzamos, más constituimos una bendición para quienes nos rodean. Tenemos que guardarnos especialmente de errar al ayudar a los demás, quienesquiera que sean, y estar seguros de que el deseo de ayudarles procede de los dictados de nuestro Ser íntimo, y no es un falso sentido del deber impuesto por sugestión o por persuasión de una personalidad más dominante. Una de las tragedias que nos afligen hoy día obedece a este tipo, y resulta imposible calcular los miles de vidas desperdiciadas, los millones de oportunidades que se han perdido, la pena y el sufrimiento que se han causado, el enorme número de niños que, por sentido del deber, se han pasado años cuidando de un inválido cuando la única enfermedad que aquejaba al familiar era un desequilibrado deseo de acaparar la atención. Pensemos en los ejércitos de hombres y mujeres a los que se ha impedido quizá hacer una gran obra en pro de la humanidad porque su personalidad quedó dominada por un individuo del que no tuvieron valor de liberarse; los niños que desde edad muy temprana sienten la llamada de una vocación, y sin embargo por dificultades de las circunstancias, disuasión por parte de otros y debilidad de propósito, se adentran en otra rama de la vida, en la que ni se sienten felices ni capaces de desarrollar su evolución como de otro modo podían haber hecho. Son sólo los dictados de nuestra conciencia los que pueden decirnos dónde está nuestro deber, con quién o con quiénes, y a quién o a quiénes hemos de servir; pero en cualquier caso, hemos de obedecer sus mandatos hasta el máximo de nuestras capacidades.

Por último, no tengamos miedo a meternos de lleno en la vida; estamos aquí para adquirir experiencia y conocimiento, y poco aprenderemos si no nos enfrentamos a las realidades y ponemos todo nuestro empeño. Esta experiencia puede adquirirse en la vuelta de cada esquina, y las verdades de la naturaleza y de la humanidad se pueden alcanzar con la misma validez, o incluso más, en un caserío que entre el ruido y las prisas de una ciudad.

CURESE USTED MISMO por E. Bach Capitulo III


Lo que conocemos como enfermedad es la etapa terminal de un desorden mucho más profundo, y para asegurarse un éxito completo en el tratamiento, es evidente que tratando sólo el resultado final no se logrará una eficacia total a no ser que se suprima también la causa básica. Hay un error primario que puede cometer el hombre, y es actuar contra la Unidad; esto se debe al egoísmo. Por eso también podemos decir que no hay más que una aflicción primaria -el malestar o enfermedad-.  Así como la acción contra la Unidad puede dividirse en varias clases, también puede dividirse la enfermedad -el resultado de esas acciones- en varios grupos que corresponden a sus causas. La propia naturaleza de una enfermedad es una guía muy útil para poder descubrir el tipo de acción que se ha emprendido contra la Ley Divina de Amor y Unidad.

Si tenemos en nuestra naturaleza suficiente amor para todas las cosas, no podemos hacer el mal; porque ese amor detendrá nuestra mano ante cualquier acción, nuestra mente ante cualquier pensamiento que pueda herir a los demás. Pero aún no hemos alcanzado ese estado de perfección; si lo hubiéramos alcanzado, no se requeriría nuestra existencia aquí. Pero todos nosotros buscamos ese estado y avanzamos hacia él, y aquellos de nosotros que sufren en la mente o en el cuerpo son guiados por ese mismo sufrimiento hacia esa condición ideal; y con sólo leer correctamente esta lección, aceleramos nuestro paso hacia esa meta, y también nos libraremos de la enfermedad y de la angustia. En cuanto entendemos la lección y eliminamos el error, ya no es necesaria la corrección, porque tenemos que recordar que el sufrimiento es en sí beneficioso en tanto que nos dice cuándo estamos tomando caminos equivocados y encarrila nuestra evolución hacia su gloriosa perfección.

Las primeras enfermedades reales del hombre son defectos como el orgullo, la crueldad, el odio, el egoísmo, la ignorancia, la inestabilidad y la codicia; y cada uno de estos defectos, tomado por separado, se verá que es adverso a la Unidad. Defectos como éstos son las auténticas enfermedades (utilizando la palabra en su sentido moderno), y es la continuidad y persistencia de esos defectos, después de que hayamos alcanzado esa etapa de desarrollo, en la que nos damos cuenta de que son inadecuados, lo que precipita en el cuerpo los resultados perjudiciales que conocemos como enfermedad.

El orgullo se debe, en primer lugar, a la falta de reconocimiento de la pequeñez de la personalidad y de su absoluta dependencia del alma, y a no ver que los éxitos que pueda tener o no se deben a ella sino que son bendiciones otorgadas por la Divinidad interna; en segundo lugar, se debe a la pérdida del sentido de proporción, de la insignificancia de uno frente al esquema de la Creación. Como el orgullo se niega invariablemente a inclinarse con humildad y resignación ante la Voluntad de Gran Creador, comete acciones contrarias a esa Voluntad.



La crueldad es la negación de la unidad de todos y  no logra entender que cualquier acción contraria a otra se opone al todo, y es por tanto una acción contra la Unidad. Ningún hombre pondría en práctica sus efectos perniciosos contra sus allegados o seres queridos, y por la ley de la Unidad tenemos que desarrollarnos hasta entender que todos, por formar parte de un todo, han de sernos queridos y cercanos, hasta que incluso quienes nos persiguen evoquen sentimientos de amor y compasión.

El odio es lo contrario del Amor, el reverso de la Ley de la Creación. Es contrario a todo el esquema Divino y es una negación del Creador; lleva sólo a acciones y pensamientos adversos a la Unidad y opuestos a los dictados por el Amor.

El egoísmo nuevamente es una negación de la Unidad y de nuestro deber para con nuestros hermanos los hombres, al anteponer nuestros intereses al bien de la humanidad y al cuidado y protección de quienes nos rodean.

La ignorancia es el fracaso del aprendizaje, el negarse a ver la Verdad cuando se nos ofrece la oportunidad, y lleva a muchos actos equivocados como los que sólo pueden existir en las tinieblas y no son posibles cuando nos rodea la luz de la Verdad y del Conocimiento.

La inestabilidad, la indecisión y la debilidad resultan cuando la personalidad se niega a dejarse gobernar por el Ser Superior y nos lleva a traicionar a los demás por culpa de nuestra debilidad. Tal condición no sería posible si tuviéramos en nosotros el conocimiento de la Divinidad Inconquistable e Invencible que es en realidad nuestro ser.

La codicia lleva al deseo de poder. Es una negación de la libertad y de la individualidad de todas las almas. En lugar de reconocer que cada uno de nosotros está aquí para desarrollarse libremente en su propia línea según los dictados del alma solamente, para mejorar su individualidad y para trabajar con libertad y sin obstáculos, la personalidad codiciosa desea gobernar, moldear y mandar, usurpando el poder del Creador.

Esos son ejemplos de enfermedad real, origen y base de todos nuestros sufrimientos y angustias. Cada uno de esos defectos, si se persevera en ellos pese a la voz de nuestro Ser Superior, producirá un conflicto que necesariamente se habrá de reflejar en el cuerpo físico, provocando un tipo específico de enfermedad.

Ahora podemos ver cómo cualquier tipo de enfermedad que podamos sufrir nos llevará a descubrir el defecto que yace bajo nuestra aflicción. Por ejemplo, el orgullo que es arrogancia y rigidez de la mente, dará lugar a esas enfermedades que producen rigidez y entumecimiento del cuerpo. El dolor es el resultado de la crueldad, en tanto que el paciente aprende con su sufrimiento personal a no infligirlo a los demás, desde un punto de vista físico o mental. Los castigos del odio son la soledad, los enfados violentos e incontrolables, los tormentos mentales y la histeria. Las enfermedades de la introspección -neurosis, neurastenia y condiciones semejantes-, que privan a la vida de tanta alegría, están provocadas por un excesivo amor a sí mismo: egoísmo. La ignorancia y la falta de sabiduría traen sus dificultades propias a la vida cotidiana, y además, si se da una persistencia en negarse a ver la verdad cuando se nos brinda la oportunidad, la consecuencia es una miopía y mala visión y audición defectuosa. La instabilidad de la mente debe llevar en el cuerpo a la misma cualidad, con todos esos desórdenes que afectan al movimiento y a la coordinación. El resultado de la codicia y del dominio de los demás son esas enfermedades que harán de quien las padece un esclavo de su propio cuerpo, con los deseos las ambiciones frenados por la enfermedad.


Por otra parte, la propia zona del cuerpo afectada no es casual, sino que concuerda con la ley de causa y efecto, y una vez más será un guía para ayudarnos. Por ejemplo, el corazón, la fuente de vida y por tanto de amor, se ve atacado especialmente cuando el lado amable de la naturaleza frente a la humanidad no se ha desarrollado o se ha utilizado equivocadamente; una mano afectada denota fracaso o error en la acción; al ser el cerebro el centro de control, si se ve afectado, eso indica falta de control en la personalidad. En cuanto se establece la ley, los demás la van siguiendo de este modo. Todos estamos dispuestos a admitir los muchos resultados que siguen a una explosión de ira, al golpe recibido con una mala noticia; si cosas triviales pueden afectar de ese modo al cuerpo, cuánto más grave y profundamente arraigado será un conflicto prolongado entre el alma y el cuerpo. ¿Cómo asombrarnos de que el resultado dé lugar a padecimientos tan graves como las enfermedades que hoy nos afligen?

Sin embargo, no hay por qué desesperar. La prevención y curación de la enfermedad se logrará descubriendo lo que falla en nosotros y erradicando ese defecto con el recto desarrollo de la virtud que la ha de destruir; no combatiendo el mal, sino aportando tal cantidad de la virtud opuesta que quedará barrido de nuestras naturalezas.